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Ozempic, Rybelsus y Wegovy son probablemente los nombres más sonados en los últimos años cuando se habla de pérdida de peso. Son medicamentos potentes, respaldados por evidencia, y los resultados han sido espectaculares en pacientes con obesidad y diabetes tipo 2. Tan grande ha sido su impacto que, por primera vez en una década, Estados Unidos reportó una reducción en la prevalencia de obesidad en adultos entre 2013 y 2023 (Fig. 1)1. Eso no es cualquier cosa. 

Fig. 1 Población adulta en EUA con obesidad desde 2013 hasta el 2023.

Parecen la respuesta que estábamos esperando: un fármaco que actúa a nivel cerebral reduciendo el apetito, que retrasa el vaciamiento gástrico y mejora la regulación de la glucosa estimulando insulina solo cuando hay glucosa elevada. Vaya, una triple acción donde más importa. Suena increíble. Y sí… lo es.

Pero justo ahí es donde me detengo. Porque algo en mí no termina de comprar esa narrativa tan optimista. No por falta de evidencia. Los estudios son sólidos, los metaanálisis contundentes. Pero si llevas años leyendo sobre obesidad, sabes que este tipo de resultados tan prometedores, tan perfectos, siempre invitan a levantar la ceja. Y no porque uno sea pesimista, sino porque entiendes que la obesidad no es simplemente un exceso de hambre. Es un entramado de factores: fisiología, psicología, cultura, entorno, historia personal, economía. Es un sistema complejo, no un error de cálculo calórico. Para que te des una idea, te comparto un mapa que muestra esta red de variables interconectadas (figura 2). Vale la pena verlo con calma.

Complejidad sistémica de la obesidad: múltiples factores interconectados más allá de la ingesta y el gasto energético.

Entonces, con todo este escenario, ¿qué pasa si se suspende el tratamiento? ¿Los resultados se mantienen? ¿O vuelven los fantasmas de siempre?.

Un metaanálisis reciente (Berg et al., 2025) se hizo precisamente esa pregunta. Reunió 8 estudios aleatorizados, más de 2,300 participantes que habían recibido liraglutida, semaglutida o tirzepatida, durante periodos que iban de 20 a 160 semanas. Todos habían seguido recomendaciones de estilo de vida (salvo un estudio), y luego se evaluó qué ocurría al suspender el medicamento.

Los resultados… son un golpe de realidad.Con semaglutida/tirzepatida, los participantes recuperaron en promedio 9.69 kg tras dejar el tratamiento. Habían perdido entre 11 y 21 kg, es decir, se recuperó entre el 52.6% y el 63.5% del peso perdido.

Con liraglutida, la pérdida era más modesta (2.7 a 9.3 kg), y la recuperación promedio fue de 2.2 kg, con algunas personas recuperando entre el 60% y hasta el 163% del peso perdido, según el estudio y el tiempo de seguimiento.

En cuanto a la circunferencia de cintura, la recuperación fue menor, y esto es un matiz interesante: con semaglutida se recuperó el 32.7%, con liraglutida el 19.6% y con tirzepatida el 47.7%. A pesar de la recuperación, se mantuvo una mejora parcial en esta variable que se relaciona con grasa visceral y riesgo cardiometabólico. No es irrelevante, pero tampoco es suficiente para cantar victoria.


Entonces… ¿son útiles estos medicamentos?

Sí. Funcionan. Pero dejan una pregunta sin resolver: ¿qué pasa después? Porque su eficacia no está en discusión, pero su continuidad, sí. No estamos hablando de un tratamiento accesible, cómodo o sostenible para la mayoría de la población. Son caros, requieren inyecciones frecuentes, y más de la mitad de los pacientes los suspenden en el primer año.

Y aquí se pone sobre la mesa algo que ya hemos visto en otros contextos: el ejercicio también funciona. Mucho. Pero su gran problema es que es una terapia activa. Implica esfuerzo, constancia, tiempo, planificación. Y aunque sus beneficios abarcan más dimensiones que cualquier medicamento, requiere una voluntad sostenida que no todo mundo tiene ni puede sostener sin ayuda.

Los GLP-1 son lo contrario. Son una intervención pasiva. No te piden esfuerzo, solo adherencia farmacológica. Pero su accesibilidad es limitada y el abandono también ocurre.

Y entonces llegamos al punto de siempre: la solución no está en un solo abordaje. No basta con atacar el hambre. No basta con estimular insulina. No basta con bajar de peso en la báscula. Porque todo eso puede revertirse si no hay un cambio estructural, real, en el estilo de vida.

Este metaanálisis no solo pone un freno al entusiasmo desbordado, sino que nos recuerda que la obesidad es una enfermedad crónica que requiere intervenciones crónicas. No solo médicas, sino conductuales. No solo nutricionales, sino sociales. Y que para mantener los beneficios de cualquier intervención —farmacológica o quirúrgica— relacionada con la obesidad o estética, el ejercicio y la nutrición son el soporte... y lo serán por el resto de la vida.

Referencias:

1.- Rader B, Hazan R, Brownstein JS. Changes in Adult Obesity Trends in the US. JAMA Health Forum. 2024;5(12):e243685. doi:10.1001/jamahealthforum.2024.3685

2.- https://conscienhealth.org/wp-content/uploads/2014/12/Obesity-System-Map-sm.jpg

3.- Berg S, Stickle H, Rose SJ, Nemec EC. Discontinuing glucagon-like peptide-1 receptor agonists and body habitus: A systematic review and meta-analysis. Obes Rev. 2025 Apr 4:e13929. doi: 10.1111/obr.13929. Epub ahead of print. PMID: 40186344.

Dr. Juan Manuel Jerezano Mora

    Medicina de la Actividad Física y Deporte
    CNC | CPT - NASM
    Fundador de MuscleMind Academy e Hipertro.Fit