En el mundo del entrenamiento, de la nutrición y del acompañamiento conductual, hay una tentación silenciosa: asumir que cuando alguien dice que quiere cambiar, lo que sigue es ofrecerle un plan. Se piensa en una rutina, en un sistema de alimentación, en una estructura semanal que por fin “resuelva”. Y muchas veces, eso mismo —con la mejor intención— se convierte en el primer error.
El problema no es el objetivo. El problema es que nos saltamos el momento en que realmente se encuentra la persona que lo enuncia.
Una parte importante de lo que llamamos resistencia al cambio no es desinterés, ni falta de disciplina, ni una supuesta carencia de motivación. Muchas veces, es descoordinación entre lo que el profesional propone y el momento psicológico, emocional o práctico que la persona está atravesando. Y eso tiene nombre, tiene explicación y tiene mejores formas de abordarse si empezamos por entender una idea básica: no toda intención de cambio es, todavía, una capacidad de actuar.
A lo largo de los años he visto cómo esta desconexión se repite incluso entre profesionales con buena formación. Se diseña una meta, se definen indicadores, se mide avance… pero no se reconoce que la persona quizá ni siquiera ha cruzado el umbral de decisión. Hablarle a alguien en fase de contemplación como si estuviera en preparación es, en la práctica, como pedirle a alguien que corra sin saber si puede caminar.
Aquí es donde modelos como el transteórico de cambio ofrecen una herramienta más útil que muchas planificaciones llenas de precisión técnica. No porque sea perfecto —ningún modelo lo es— sino porque nos recuerda que el cambio se da por fases, y que cada fase requiere una forma distinta de ser leída, sostenida y acompañada.

No es lo mismo alguien que ni siquiera está considerando cambiar —porque está agotado, desmoralizado o abrumado— que alguien que ya está explorando opciones concretas. Y tampoco es igual intervenir cuando la persona apenas empieza a actuar, que cuando lleva varios meses tratando de sostener un nuevo hábito en medio de una vida que no siempre coopera.
Saber en qué etapa está alguien no significa etiquetarlo. Significa no atropellarlo.
Modelo Transteórico de Cambio
Una Visión General
Etapa | Frase típica | ¿Qué necesita? | ¿Qué evitar? |
---|---|---|---|
Precontemplación | "Sé que debería... pero no estoy listo." | Escucha, validación, reflexión | Metas, presión |
Contemplación | "Quiero cambiar, pero no sé si puedo o si ahora es el momento." | Claridad, exploración de ambivalencias | Forzar el compromiso |
Preparación | "Ya busqué opciones, estoy viendo cómo empezar." | Estructura, microcompromisos | Suponer acción inmediata |
Acción | "Estoy yendo al gimnasio." | Refuerzo, seguimiento | Juzgar errores |
Mantenimiento | "Llevo 6 meses, pero aún me cuesta." | Revisión estratégica, prevención | Abandonar acompañamiento |
Recaída | "Volví al patrón anterior." | Reformulación, sin juicio | Castigo, desmoralización |
Pero identificar la etapa no basta. Porque incluso si la persona está lista para cambiar, eso no quiere decir que tenga lo necesario para hacerlo. Ahí es donde entramos al terreno de las barreras. El modelo COM-B lo explica con claridad: cualquier conducta se sostiene en la intersección entre capacidad, oportunidad y motivación.

A veces, la persona sí quiere, pero no puede: no tiene la energía, el conocimiento, el entorno o el contexto para ejecutar lo que se propone. A veces, sí puede, pero no quiere todavía: no porque sea floja, sino porque lo que se le propone no resuena con sus valores, o porque está emocionalmente en otro lugar. Y a veces, aunque tenga ganas y recursos, lo que le falta es una oportunidad real: tiempo, condiciones logísticas, apoyo social, o simplemente un espacio donde el cambio que desea sea viable sin desestructurar todo lo demás.
Entender el comportamiento como una ecuación multifactorial no nos quita responsabilidad. Nos da perspectiva. Nos obliga a dejar de proyectar nuestros propios procesos sobre las demás personas. Porque lo que a mí me funciona —por perfil, por historia, por circunstancias— puede ser inviable o incluso violento para alguien más.
Y aun con todo eso, existe otro punto crítico en esta conversación: la brecha entre intención y acción.
Conoces el caso. Alguien llega motivado, incluso entusiasmado. Tiene metas claras, sabe por qué quiere cambiar, te dice con convicción que ahora sí va en serio. Pero dos semanas después, el impulso desaparece. Y no porque haya mentido, ni porque se haya saboteado. Sino porque querer no siempre alcanza para sostener.
Entre el deseo y la ejecución hay una distancia que se construye de momentos, de olvidos, de barreras pequeñas que no estaban contempladas. Por eso, estrategias como las intenciones de implementación o los planes de afrontamiento no son trucos motivacionales, sino formas estructuradas de cerrar esa brecha cuando el contexto no ayuda o la voluntad no basta. Son recordatorios prácticos de que una buena intención necesita condiciones realistas para sobrevivir a la rutina, a la fatiga o al caos del día.
Lo que quiero decir con todo esto es que el cambio no ocurre cuando damos la orden correcta, sino cuando entendemos el momento, el obstáculo y la brecha que están presentes.
Cambiar no es solo cuestión de disciplina. Es cuestión de diseño. Y no me refiero al diseño estético de un plan atractivo, sino al diseño conductual y contextual de una intervención que respeta el lugar en el que está el otro, incluso si ese lugar no se parece en nada al que nosotros imaginábamos.
Acompañar no es dirigir el paso. Es leer el terreno. Y si leemos bien, incluso los caminos más complicados se vuelven posibles.
Déjame poner un ejemplo para hilar los tres modelos que te he presentado
Imagina a Juan. Tiene 38 años, dos hijos pequeños, y una vida bastante parecida a la de muchas personas que deciden cambiar después de varios intentos fallidos. Juan no está mal, pero tampoco está bien. Se siente lento, inflamado, algo frustrado con su cuerpo. Hace semanas viene pensando que necesita hacer algo distinto. Lo ha intentado antes, claro. Cambios de golpe, dietas estrictas, retos de 30 días. A veces logra algo, pero siempre lo suelta. Esta vez quiere que sea diferente.
Juan ha decidido que quiere llevar una vida más saludable. Empezar a entrenar fuerza. Comer más vegetales. Aumentar su proteína. Evitar comer hasta llenarse. Suena muy claro, ¿no? Pero a pesar de que ha tomado la decisión en la superficie, por dentro aún no se siente listo. Tiene miedo. Miedo de equivocarse, de no tener resultados aunque se esfuerce, de volver a decepcionarse. Ya ha fallado antes, y lo recuerda.
Desde el modelo transteórico, Juan está en una transición entre contemplación y preparación. Tiene motivos claros, ha verbalizado objetivos, pero la ambivalencia lo mantiene congelado. Sabe que quiere avanzar, pero no sabe si podrá sostenerse. Y ese no saber, pesa.
Pero eso no es todo. Juan no solo carga con sus emociones: también carga con confusión práctica. No sabe nada de nutrición más allá de lo que ve en redes. Escucha a un influencer decir que debe comer huevo todos los días, y a otro que afirma que eso lo va a llevar al infarto. Lee que tiene que hacer cardio en ayunas, pero también que debe entrenar pesado aunque duerma mal. Alguien le recomienda calentar 10 minutos antes de levantar pesas, pero él solo tiene 30 minutos para entrenar entre dejar a los niños y conectarse a juntas. ¿Vale la pena empezar si ya va a hacerlo mal?
Desde el modelo COM-B, lo que limita a Juan no es solo la motivación. También hay barreras claras de capacidad (no tiene conocimientos sólidos para decidir) y de oportunidad (su contexto le deja poco margen de error). Si le damos un plan perfecto pero no resolvemos su confusión, su miedo y su falta de estructura, probablemente no lo siga. No porque no quiera. Porque no puede sostenerlo.
Y aunque logre empezar, aún queda la tercera parte del escenario: la brecha intención-acción. Juan puede estar convencido de que quiere cambiar. Incluso podría hacer su primer compra en el súper llena de buenas decisiones. Pero un miércoles, después de un mal día, frente al refrigerador medio vacío y con el cuerpo cansado, es probable que se desconecte de todo lo que se propuso. No porque sea débil, sino porque no había un puente claro entre su deseo y su realidad.
¿Y qué necesita Juan?
Lo que Juan necesita no es un empujón. Es un acompañamiento que lea bien su momento, su escenario y sus obstáculos reales.
Desde el transteórico, hay que trabajar su ambivalencia con respeto. No sobrecargarlo con metas perfectas, sino validarlo por estar considerando el cambio y ayudarle a construir confianza antes de exigirle acción.
Desde COM-B, hay que fortalecer su capacidad con información clara, práctica, realista. No sobreeducarlo, sino traducirle lo que necesita para moverse. También habrá que trabajar su oportunidad: pensar planes que encajen en su vida real, que le permitan avanzar sin tener que transformarlo todo de golpe.
Y frente a la brecha intención-acción, Juan necesita estructura. Quizá una intención de implementación: “Si solo tengo 30 minutos, hago mi primer ejercicio y un par de series de los más importantes”. Quizá un plan de contingencia: “Si no tengo tiempo para cocinar, tengo opciones rápidas en el congelador o equivalencias anotadas en el refri”.
No es que Juan no tenga motivación. Es que necesita ayuda para convertir esa motivación en acción posible. Necesita que alguien lea su momento, no su objetivo. Que lo acompañe en el tránsito, no solo le muestre la meta.
DIG DEEPER
Prochaska, J. O., & DiClemente, C. C. (1983). Stages and processes of self-change of smoking: Toward an integrative model of change. Journal of Consulting and Clinical Psychology, 51(3), 390–395. https://doi.org/10.1037/0022-006X.51.3.390
Michie, S., van Stralen, M. M., & West, R. (2011). The behaviour change wheel: A new method for characterising and designing behaviour change interventions. Implementation Science, 6, 42. https://doi.org/10.1186/1748-5908-6-42
Sheeran, P. (2002). Intention—Behavior relations: A conceptual and empirical review. European Review of Social Psychology, 12(1), 1–36. https://doi.org/10.1080/14792772143000003
Gollwitzer, P. M. (1999). Implementation intentions: Strong effects of simple plans. American Psychologist, 54(7), 493–503. https://doi.org/10.1037/0003-066X.54.7.493
Sniehotta, F. F., Schwarzer, R., Scholz, U., & Schüz, B. (2005). Action planning and coping planning for long-term lifestyle change: Theory and assessment. European Journal of Social Psychology, 35(4), 565–576. https://doi.org/10.1002/ejsp.258
Dr. Juan Manuel Jerezano Mora
Medicina de la Actividad Física y Deporte
CNC | CPT - NASM
Fundador de MuscleMind Academy e Hipertro.Fit