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​Recién surgió un artículo que me hizo clic. No es para yo estar contando estas cosas –ni ustedes para saberlas– pero he vivido más de dos décadas con rinitis vasomotora. Sé lo que es vivir peleando todos los días con la congestión y el escurrimiento nasal, sé lo que implica dormir con la boca abierta. interrumpir conversaciones para sonarse y miedo a los cambios de temperatura.

He pasado por varias terapias para reducir la sintomatología: desde oximetazolina (el famoso Afrin), hasta mometasona (el también famoso Rinelon). Todos me funcionaron… hasta que dejaron de hacerlo. El Rinelon me dio un efecto residual moderadamente útil. La oximetazolina, en cambio, me regaló un efecto secundario del que jamás había leído: somnolencia intensa. Tan severa, que llegué a pensar que tenía un trastorno del sueño. Me vencía el sueño al manejar, en medio de conversaciones importantes, en clases… incluso en citas con mi novia –actualmente mi esposa–. Y sí, fui a la clínica del sueño. ¿El diagnóstico? Suspender la oximetazolina. La somnolencia desapareció.

Esa experiencia me dejó claro que, aunque los medicamentos son útiles, también pueden tener un costo. Y por eso, cuando vi este estudio, me detuve:

¿Entrenar fuerza para respirar mejor? Sí. Y no solo es una idea simpática, es algo con evidencia detrás.

Un grupo de investigadores chinos publicó en el American Journal of Otolaryngology un ensayo clínico en el que evaluaron si añadir entrenamiento de fuerza al tratamiento habitual de pacientes con rinitis alérgica podía mejorar los síntomas, la calidad de vida y algunos marcadores inflamatorios. Los resultados son muy prometedores.


¿Cómo se hizo el estudio?

Un ensayo clínico aleatorizado, prospectivo, con seguimiento a seis meses. Participaron 156 personas diagnosticadas con rinitis alérgica según los criterios internacionales de ARIA. Todos estaban entre 18 y 60 años, sin inmunoterapia previa, y con síntomas persistentes.

Se dividieron aleatoriamente en dos grupos:

  • Grupo control: tratamiento farmacológico estándar (antihistamínicos, corticoides intranasales, irrigación con solución salina y descongestionantes).

  • Grupo experimental: mismo tratamiento farmacológico + entrenamiento de fuerza estructurado.

El programa de fuerza fue supervisado, en un entorno controlado y con profesional a cargo. Se entrenó tres veces por semana, entre 45 y 60 minutos por sesión. Los ejercicios incluyeron movimientos básicos para tren inferior (sentadillas, desplantes), tren superior (press con mancuernas, elevaciones laterales) y core (plancha, abdominales). La intensidad fue progresiva: entre 50 % y 70 % del 1RM, con 3 series de 8 a 12 repeticiones por ejercicio.

Los pacientes fueron seguidos con evaluaciones al inicio, a los 3 y a los 6 meses. Se midieron:

  • Síntomas nasales y oculares (con escalas visuales analógicas).

  • Calidad de vida (mediante el cuestionario validado RQLQ).

  • Biomarcadores inflamatorios (IL-4, IL-6 e IgE en sangre).

  • Cumplimiento farmacológico y adherencia al ejercicio (con exclusión de quienes no alcanzaron el 70 % de asistencia).


¿Cómo se analizaron los datos?

Se usó SPSS 26.0. Las variables continuas se expresaron como media ± desviación estándar. Para comparar entre grupos se aplicaron:

  • t de Student para datos con distribución normal,

  • U de Mann-Whitney para los que no cumplían normalidad,

  • Chi-cuadrado para variables categóricas.

También se usaron t-tests pareados para comparar cambios pre y post intervención dentro de cada grupo.

El criterio de significancia estadística fue el habitual: p < 0.05.

El diseño fue robusto y el análisis cuidadoso. No fue un estudio observacional ni una encuesta rápida: se evaluaron síntomas, calidad de vida y marcadores inmunológicos bajo un protocolo bien definido, lo cual le da bastante solidez a los resultados.


Vamos a los resultados.

A los tres y seis meses, los cambios fueron consistentes y clínicamente relevantes:

  • Síntomas nasales: congestión, estornudos y escurrimiento nasal disminuyeron mucho más en el grupo que entrenó fuerza. El cambio no solo fue estadísticamente significativo (p < 0.01), sino sostenido en el tiempo (figura 1).

  • Síntomas oculares: también mejoraron, sobre todo en picor y lagrimeo. La diferencia entre grupos fue clara, sobre todo a los seis meses (figura 2).

  • Calidad de vida: quienes entrenaron fuerza reportaron mejoras significativas en sueño, actividades diarias y bienestar general. El grupo control, aunque tuvo algunos avances, no mostró cambios tan marcados (figura 3)

  • Marcadores inflamatorios: los niveles de IL-4, IL-6 e IgE –biomarcadores asociados con inflamación y respuesta alérgica– se redujeron significativamente solo en el grupo que hizo fuerza. En el grupo control prácticamente no se movieron (figura 4).

  • Eficacia global: el 89.8 % del grupo que entrenó fuerza mostró algún grado de mejoría, frente al 61.5 % en el grupo control. Es decir, prácticamente el doble de personas lograron mejorar sus síntomas gracias al entrenamiento. Además, la magnitud de la mejora también fue superior: un 57.7 % de quienes entrenaron tuvo una reducción de síntomas de al menos 75 %, mientras que en el grupo control solo el 23.1 % alcanzó ese nivel de mejoría. Además, la tasa de no respondedores fue mucho menor en el grupo que entrenó (10.2 % vs. 38.5 %). En otras palabras, entrenar fuerza no solo aumentó la probabilidad de mejorar, sino también la profundidad del cambio y la cantidad de personas que respondieron positivamente al tratamiento (tabla 1).


Tabla 1. Eficacia global

Categoría de EficaciaGrupo Experimental (n=78)Grupo Control (n=78)Valor de p
Mejoría significativa45 (57.7 %)18 (23.1 %)<0.001
Mejoría moderada25 (32.1 %)30 (38.5 %)<0.05
Sin mejoría8 (10.2 %)30 (38.5 %)<0.001
Tasa de respuesta total70 (89.8 %)48 (61.5 %)<0.001


Figura 1: Tendencia de los síntomas nasales en el tiempo.


Figura 2: Tendencia de los síntomas oculares en el tiempo.


Figura 3: Tendencia de los resultados en los cuestionarios de calidad de vida.


Figura 4. Cambios en los niveles séricos de IL-4, IL-6 e IgE.


Y es que el entrenamiento de fuerza no solo cambia tu masa muscular o tus marcas en el gimnasio… también cambia tu fisiología inmune.

Se ha observado que mejora la circulación sistémica y el drenaje linfático, lo que favorece la depuración de mediadores inflamatorios y la reducción de edemas locales, como los que se acumulan en la mucosa nasal. Además, promueve la liberación de mioquinas con efectos antiinflamatorios, y modula el sistema inmune: aumenta la actividad de células T reguladoras (Tregs) y reduce la activación de células Th2, directamente implicadas en las respuestas alérgicas.

También, se ha reportado un aumento en la actividad de enzimas antioxidantes como superóxido dismutasa y catalasa, y una mayor producción de IL-10, una citoquina con efectos inmunorreguladores bien documentados. Todo esto contribuye a reducir el estado inflamatorio sistémico y a mejorar el equilibrio inmunológico frente a estímulos ambientales.

Y más allá de lo biológico, también hay un componente psicológico que no podemos ignorar: entrenar fuerza mejora el estado de ánimo, la calidad del sueño y la percepción del malestar. En condiciones crónicas, eso no solo suma… puede ser decisivo.

A diferencia del ejercicio aeróbico, el entrenamiento de fuerza tiene la ventaja de ser más breve, más adaptable y –cuando se prescribe correctamente– menos extenuante. Para personas con obesidad, hipertensión, baja tolerancia al esfuerzo o simplemente poco tiempo, puede ser una puerta de entrada mucho más viable al movimiento. Y ahora también… a respirar mejor.

La fuerza no solo sirve para presumir las nalgas en redes sociales. También podría ayudarte a respirar mejor, dormir más profundo y reducir esa congestión persistente que condiciona el día a día… incluso con menos necesidad de medicamentos. No se trata de reemplazar tratamientos, sino de sumar una herramienta respaldada por evidencia, con riesgos mínimos y beneficios que van mucho más allá de la estética o el rendimiento.

Yo lo viví desde el otro lado: la congestión constante, los efectos secundarios, la somnolencia que me sacaba de foco. Hoy, con otra perspectiva y disfrutando de lo que el entrenamiento de fuerza aporta en múltiples planos, me resulta fascinante cómo algo tan accesible –y al mismo tiempo tan poderoso como entrenar fuerza– puede transformar algo tan cotidiano como respirar por la nariz.


Dig Deeper

Yu, T., Yue, W., & Zhang, S. (2025). Resistance exercise and its impact on allergic rhinitis.American Journal of Otolaryngology,46(3), 104613.

Dr. Juan Manuel Jerezano Mora

    Medicina de la Actividad Física y Deporte
    CNC | CPT - NASM
    Fundador de MuscleMind Academy e Hipertro.Fit