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Bueno, cada deportista desarrolla cierta morfología. Un nadador desarrolla hombros más anchos; un futbolista, piernas más robustas; un maratonista, cierta composición corporal más favorecedora para su disciplina que la de un velocista. Todo lo anterior es resultado de los estímulos para mejorar el rendimiento en su disciplina, y no del deseo intencionado de desarrollar ese físico, o al menos eso esperaríamos.

Si comparamos la salud con el deporte,¿Cuál es el máximo rendimiento a buscar en la salud para determinar los estímulos necesarios para alcanzarlo? ¿Vivir más? ¿Vivir mejor? ¿Vivir con menor presencia de patologías?…¿O simplemente vivir más feliz? ¿El triunfo radica en quién alcance el mínimo riesgo cardiovascular posible? ¿Quién es la persona más sana del mundo para aspirar a llegar a eso en términos de referencia “competitiva”?

Sé que establecer una analogía de competencia en la salud no es lo más adecuado (de hecho, tal vez no sea lo más sano), pero ayuda a plantear una secuencia de ideas hacia una pregunta fundamental:¿a qué tanto debemos aspirar cuando buscamos “mejorar nuestra salud” por medio del entrenamiento u otros hábitos?¿Cuánto es suficiente? ¿Qué tanto más se puede mejorar la salud? ¿Hay un límite? Pero, sobre todo, ¿qué tanto es necesario?

Entrenar para nuestra salud es una premisa tan vasta y con parámetros borrosos, que, a diferencia del deporte —en el que adquirimos cierta morfología gracias a los estímulos seleccionados para un buen rendimiento—, un cuerpo sano, o con cierto índice de salud, por lo que sabemos, podría verse de múltiples maneras. Al igual que una persona podría percibirse a sí misma sana en distintos escenarios.

¿Cómo definimos cómo debería verse un entrenamiento para mejorar la salud de las personas, si ni siquiera hemos podido definir lo que es la salud?

La OMS, desde 1948, nos ha dicho que la salud es el “estado de completo bienestar físico, mental y social y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades", pero seamos honestos ¿quién carajos tiene bienestar completo en todos los parámetros de su existencia? Muy utópico para ser alcanzado, pero al mismo tiempo, un significante demasiado abstracto como para poder definirlo.

Perder porcentaje de grasa a través de una intervención quirúrgica bariátrica podría disminuir nuestro riesgo cardiovascular, pero hacer ejercicio sin que nuestro porcentaje de grasa corporal se modifique, también. Tal vez uno más que otro, y sin una constante global, sino variable de persona a persona.¿Pero deberíamos escoger el que más lo haga —reducir el riesgo—? ¿Eso supondría que tendríamos que aspirar a la eliminación de cada riesgo para que nuestra salud sea “óptima”? ¿Sería esto perseguir la perfección? ¿Qué tan sano es perseguir la perfección?

Entonces,¿cómo debe lucir un cuerpo sano?

El cuerpo sano se revela, en última instancia, no como una forma estática o un ideal inalcanzable, sino como la manifestación dinámica de una vida en equilibrio, o al menos, intentando que así sea.¿Y si la salud, en vez de ser un estado, fuese una característica intangible similar a la hormesis, en la que nos enfrentamos constantemente a una ubiquidad de decisiones?

Así como en el deporte cada músculo se adapta a estímulos específicos para lograr un rendimiento medible (y que, en teoría, por la relevancia del estado físico, en la salud también), entrenar para la salud exige reconocer la complejidad de nuestro ser desde parámetros más imprecisos —hablando tanto de definir dichos parámetros como de la falta de precisión para medir muchos de ellos—.

No se trata de esculpir una forma perfecta, sino de cultivar un organismo que se sienta vivido y pleno, y que estas calificaciones sean adaptables en función de la característica variable del mismo organismo y del entorno. Sin embargo, intentar esclarecerlo podría ser incluso una pérdida de tiempo, porque aunque su análisis es complejo, alcanzar “más salud” no debería ser complicado.

Podemos comparar este proceso con el trabajo del jardinero: el cuerpo es un jardín que florece cuando se cuida de forma holística, atendiendo tanto al terreno interno como a las condiciones del entorno. No basta con eliminar las “malas hierbas” (riesgos cardiovasculares, excesos o patologías) sin antes comprender que cada planta —o cada aspecto de nuestra salud— tiene su propio ritmo y necesidad.

Desde la perspectiva fenomenológica, autores como Merleau-Ponty nos invitan a ver el cuerpo no solo como un objeto biológico, sino como el medio a través del cual experimentamos el mundo. La salud se convierte en una experiencia vivida: es la sensación de estar presentes, de movernos y sentir cada paso de nuestro camino. No se trata solamente de cuantificar la masa muscular o el porcentaje de grasa, sino de abrazar la vivencia subjetiva del bienestar, que se refleja en la capacidad de disfrutar la existencia, en la fluidez de nuestras relaciones con el entorno y en la conexión entre mente y cuerpo.

Para Aristóteles —o al menos según lo que creemos que pudo haber dicho—, encontramos la idea de la eudaimonía, o el florecimiento humano, que sugiere que la salud es un estado de realización en el que cada individuo se acerca a su potencial, no mediante la superación de un estándar único, sino a través de un proceso de autoconocimiento y crecimiento personal. Aquí, la perfección se abandona como meta, y en su lugar se abraza la autenticidad de vivir en constante evolución.

El desafío, entonces, radica en definir nuestros “estímulos” personales: ¿qué significa para nosotros vivir mejor? ¿Es la prolongación de la vida, la minimización de riesgos, o la conquista de un estado de ánimo sereno y equilibrado? La respuesta es tan diversa como las experiencias humanas. Entrenar para la salud se convierte en un viaje interior, donde cada individuo es tanto el atleta como el juez de su propio rendimiento.

En definitiva, un cuerpo sano se construye a partir de una serie de decisiones conscientes que integran la dimensión física, emocional y espiritual. No se trata de alcanzar un umbral de perfección, sino de reconocer que la salud es un proceso inacabado, algo en constante cambio, cuya definición y “parametrización” podrían ser inalcanzables, pues se ameritaría una nueva para cada nuevo estado, con su correspondiente volatilidad.

¿Qué pasa cuando entrenar se convierte en una tarea abrumadora para alguien por la necesidad de administrar más el tiempo? ¿Sigue siendo una actividad sana pero deja de ser algo saludable? ¿Qué pasa cuando una persona cree que un menor porcentaje de grasa le dará más felicidad, pero ese estado no es sostenible? ¿Su felicidad adquirida en el resultado de su entrenamiento tampoco lo sería, y su salud tampoco? ¿Si deja de ser sostenible, dejarlo se vuelve más, o menos saludable?

Así, al final, tal vez entrenar para la salud es abrazar la complejidad de nuestra existencia y comprometerse, y responsabilizarse, con una vida más plena, en la que cada pequeño avance se celebra como una victoria personal en el camino hacia el bienestar integral, sea cual sea el máximo posible de éste.

¿Cómo debería verse un físico que entrena para la salud?

No lo sé. Ni siquiera sé si es posible decir cómo debería verse un entrenamiento para incrementarla. 

Entre más me dedico a esto, más me cuesta definirlo. No sé si exista una respuesta que no tengo o que no logro ver. Quizá le doy muchas vueltas, lo cual creo que es potencialmente peligroso, pues en una reflexión cada vez más ambiciosa, podríamos topar con pared con la pregunta: ¿Si todo es tan ambiguo, vale la pena colocar como objetivo mejorar la salud? No me mal entiendas, sé que vale la pena, pues todos lo necesitamos y nos lo merecemos, pero pareciera que la subjetividad individual es tan grande, que su análisis amerita que quienes ejercemos en estas áreas, comencemos a fortalecer nuestras capacidades críticas desde la fenomenología humanística, y un poco menos desde el positivismo biomédico, ya que, si bien aquellos valores observables ymedibles importan, en la salud, y en el entrenamiento para ésta, aquellos qualias (cualidades de nuestra experiencia consciente) también.

No sé tú, pero yo, aun cuando sepa algo de ejercicio y un poco de salud, sigo en el constante explorar y aprendizaje de qué es mi salud. 

Alan Rivas Ambriz

    Maestría en Terapia Física y Readaptación Deportiva
    Instagram: @alan.riam
    https://www.instagram.com/alan.riam?igsh=MWZoM2w5cjVldTNpdg==